domingo, 15 de febrero de 2009

Silencios

Atrapada entre las fauces del animal
consciente o inconsciente
que sacude a su víctima
hasta robarle el último hálito de vida.

La presa, ingenua,
incauta,
que se expuso al peligro,
que no advirtió las señales.

En su aliento caliente,
abrasador,
no se olía la muerte cercana
acusadora de debilidad y derrota.

No hubo maldad
ni perdón.

El destino había elegido al azar.

Los miembros perdieron el sentido
y la voluntad las fuerzas.

Comenzó a morir antes de morir realmente.

Sólo queda un recuerdo
más allá de las últimas lágrimas,
de los ojos secos de vida,
de la piel ajada de heridas,
del cuerpo quebrado e inútil.

Mientras devoraba
desgarrando el costado con sus zarpas
arrancándolo a tirones
no era sangre lo que brotaba


sino silencios.




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